marzo 05, 2016

Resurgir distinta, pero completa...

Se dice en la mitología que El Ave Fénix era un ave del tamaño de un águila, con plumaje de color rojo, anaranjado y amarillo incandescente,  como si estuviera rodeado de fuego, de fuertes garras y pico. Según cuenta la historia, esta ave se consumía en fuego cada 500 años y de sus cenizas volvía a nacer.

La expresión “renacer de las cenizas como el Ave Fénix” me sugiere la belleza de algo o alguien que parecía marchito en algún sentido, resurge de nuevo con todo su esplendor.
Lo que acabo de describir, ahora en psicología se llama resiliencia. Es esa capacidad de resistencia psicológica ante las adversidades; y a la capacidad de sobreponerse a ellas, e incluso usar estas adversidades para ser más fuertes.
He visto “muertes” y “nacimientos”, resurecciones e inrresurecciones, pero si algo me llama la atención, es esa manifestación que tenemos todos los seres humanos del Fénix; esa capacidad de morir y renacer de nuestras cenizas, la capacidad de salir adelante, de salir de esos huecos profundos y oscuros que cualquiera de nosotros en algún momento pudiese haber caído. No hablo de morir físicamente, sino más bien la capacidad del alma humana de superarse a sí misma y de brillar cuando la oscuridad nos rodea.
Y es que no nacemos una vez en la vida, renacemos cada día al levantarnos frente a la vida, renacemos después de un gran dolor, renacemos cuando damos fin a una etapa de la vida para empezar de nuevo, renacemos cuando nunca nos damos por vencidos, renacemos desde el dolor muchas veces para volver a vivir, renacemos cada día que decidimos enfrentar con coraje y valentía.
Yo creo que todos, absolutamente todos alguna vez en la vida, hemos pasado por situaciones dolorosas, hemos vivido la “noche oscura del alma”…
Pero si somos analíticos y recordamos “esos momentos”, comprobaremos que, en ocasiones, esas difíciles circunstancias han tenido en nosotros una repercusión curiosa; ha sido un momento de evolución, renovación y de tomar un nuevo rumbo.
Aunque doloroso, a veces es necesario bajar a las “zonas oscuras” para reencuadrar situaciones y buscar partes perdidas de nosotros mismos; es así como aprendemos a enfrentarnos a nuestros propios miedos e incluso a la muerte. Como ya dije, no me refiero a la muerte física, sino a las pérdidas o muertes simbólicas que existen en el proceso vital de todo ser humano.
Más de alguna vez hemos escuchado a personas hablar de experiencias difíciles (una enfermedad, un accidente, un despido laboral, un divorcio o desamor) que nos cuentan cómo ese contratiempo vital fue lo mejor que les pudo haber sucedido en la vida. Ellas han asumido, aceptado, aprendido y resurgido de esas situaciones con otra perspectiva, con otra fuerza.
Pues al igual, todos somos Fénix que morimos y renacemos, así como nace el día y muere la noche, que a su vez nace la noche y muere con el nacimiento del día. Así mismo es el aprendizaje del alma, iniciamos ciclos, aprendemos y cerramos ese ciclo con todas las experiencias que adquirimos. Dando al mismo tiempo paso a un nuevo ciclo, a cosas nuevas.
 ¿Para qué volver a comenzar?
Sin ese ímpetu, sin esa sensación de recuperación, no seríamos nada. Sólo un comienzo y un fin, y ahí acabaría todo. Porque es precisamente ese volver a empezar que nos hace humanos, porque nos impulsa a ir siempre por más.
Aunque lamentablemente muchos no lo logran. Y debe ser muy duro llegar a ese punto y sentir que nada ni nadie nos puede salvar de ese abismo. Este tipo de personas responden con resentimiento hacia la vida, dejan atrás sus valores, no trabajan en sanar sus heridas emocionales y se convierten en seres humanos espinados que hieren a todo el que les pasa por delante. Algunos simplemente abandonan sus propósitos y se convierten en personas conformistas, mediocres y llenas de amargura.
Por eso empezamos una y otra vez, para no morir, para no estar o sentirnos derrotados, pero sobre todo, para demostrarnos a nosotros mismos que podemos; y que siempre hay algo por lo que vale la pena vivir, aunque a veces ni cuenta nos demos de eso.
Aprender a dar la bienvenida a los cambios

En lugar de aferrarnos al pasado, a lo que ya no existe, deberíamos aprender a dar la bienvenida a los cambios: aprender a renunciar a un estilo de vida, una relación, una amistad, una idea, un comportamiento; pues “sólo una copa vacía puede ser llenada de nuevo”. Todo eso que perdemos da lugar a un nuevo, prepara el camino a lo que vendrá, que generalmente, suele ser mucho mejor y más apropiado para nuestro presente.
Sí alguien se va de tu vida, despídelo y dale las gracias por todo lo que aportó a ella y luego, déjalo ir. En lugar de sufrir por lo que se va, prepárate para lo que viene. Muchas veces el dolor no nos permite agradecer a esas personas o situaciones que hoy dejan de estar presentes, acostúmbrate a dar las gracias (es una buena forma de liberarte), porque te están dejando el asiento libre para algo o alguien mejor, con ello abrimos las puertas a otras posibilidades, otras oportunidades, a otros más variados destinos.
No hay que temer a las “pérdidas”, pues son rehabilitaciones vitales para que podamos reorganizar nuestra vida. Nada es para siempre, ni siquiera nosotros mismos. Renacer es hermoso, trae consigo salvia nueva con la que aderezar nuestras vivencias.
Dejemos de sufrir de más por todos los “no” que recibamos, por todos los desplantes, los desprecios y todos los “despidos existenciales”, pues para evolucionar y resurgir con más fuerza, primero hay que descender a las obscuridades de uno mismo y rescatar de lo más profundo la luz más brillante, una nueva luz que nos sirva de guía para ver con discernimiento, todo lo que nos suceda desde ese instante en adelante.
En cierta manera, debes conducir tu destino y no que él se empeñe en conducirte a ti. ¿Eso implica ir contra corriente? Puede ser, pero sin desafíos no hay cambios y sin cambios no hay recompensas… Y sin recompensas no hay felicidad.
Tan abajo se puede caer, como tan arriba se puede subir. El dolor mañana pasará, y sólo queda el placer de la redención. Trabaja siempre por todo eso que quieres, sin prisa pero sin pausa, y algún día, verás que en las ruinas de tu aparente decadencia, se esconde la nueva carne que ahora te hará disfrutar por el sufrimiento que te cobró ayer.

© Yngrid
Caracas, Marzo 5 de 2016

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