Se dice en la mitología que El Ave Fénix era un ave del
tamaño de un águila, con plumaje de color rojo, anaranjado y amarillo incandescente,
como si estuviera rodeado de fuego, de fuertes
garras y pico. Según cuenta la historia, esta ave se consumía en fuego cada 500
años y de sus cenizas volvía a nacer.
La expresión “renacer de las cenizas como el Ave
Fénix” me sugiere la belleza de algo o alguien que parecía marchito en algún
sentido, resurge de nuevo con todo su esplendor.
Lo que acabo de describir, ahora en psicología se
llama resiliencia. Es esa capacidad de resistencia psicológica ante las
adversidades; y a la capacidad de sobreponerse a ellas, e incluso usar estas
adversidades para ser más fuertes.
He visto “muertes” y “nacimientos”, resurecciones e
inrresurecciones, pero si algo me llama la atención, es esa manifestación que
tenemos todos los seres humanos del Fénix; esa capacidad de morir y renacer de
nuestras cenizas, la capacidad de salir adelante, de salir de esos huecos
profundos y oscuros que cualquiera de nosotros en algún momento pudiese haber
caído. No hablo de morir físicamente, sino más bien la capacidad del alma
humana de superarse a sí misma y de brillar cuando la oscuridad nos rodea.
Y es que no nacemos una vez en la vida, renacemos cada
día al levantarnos frente a la vida, renacemos después de un gran dolor,
renacemos cuando damos fin a una etapa de la vida para empezar de nuevo,
renacemos cuando nunca nos damos por vencidos, renacemos desde el dolor muchas
veces para volver a vivir, renacemos cada día que decidimos enfrentar con
coraje y valentía.
Yo creo que todos, absolutamente todos alguna vez en
la vida, hemos pasado por situaciones dolorosas, hemos vivido la “noche oscura
del alma”…
Pero si somos analíticos y recordamos “esos momentos”,
comprobaremos que, en ocasiones, esas difíciles circunstancias han tenido en
nosotros una repercusión curiosa; ha sido un momento de evolución, renovación y
de tomar un nuevo rumbo.
Aunque doloroso, a veces es necesario bajar a las
“zonas oscuras” para reencuadrar situaciones y buscar partes perdidas de
nosotros mismos; es así como aprendemos a enfrentarnos a nuestros propios
miedos e incluso a la muerte. Como ya dije, no me refiero a la muerte física,
sino a las pérdidas o muertes simbólicas que existen en el proceso vital de
todo ser humano.
Más de alguna vez hemos escuchado a personas hablar de
experiencias difíciles (una enfermedad, un accidente, un despido laboral, un
divorcio o desamor) que nos cuentan cómo ese contratiempo vital fue lo mejor
que les pudo haber sucedido en la vida. Ellas han asumido, aceptado, aprendido
y resurgido de esas situaciones con otra perspectiva, con otra fuerza.
Pues al igual, todos somos Fénix que morimos y
renacemos, así como nace el día y muere la noche, que a su vez nace la noche y
muere con el nacimiento del día. Así mismo es el aprendizaje del alma,
iniciamos ciclos, aprendemos y cerramos ese ciclo con todas las experiencias
que adquirimos. Dando al mismo tiempo paso a un nuevo ciclo, a cosas nuevas.
¿Para qué volver a
comenzar?
Sin ese ímpetu, sin esa sensación de recuperación, no
seríamos nada. Sólo un comienzo y un fin, y ahí acabaría todo. Porque es
precisamente ese volver a empezar que nos hace humanos, porque nos impulsa a ir
siempre por más.
Aunque lamentablemente muchos no lo logran. Y debe ser
muy duro llegar a ese punto y sentir que nada ni nadie nos puede salvar de ese
abismo. Este tipo de personas responden con resentimiento hacia la vida, dejan
atrás sus valores, no trabajan en sanar sus heridas emocionales y se convierten
en seres humanos espinados que hieren a todo el que les pasa por delante.
Algunos simplemente abandonan sus propósitos y se convierten en personas
conformistas, mediocres y llenas de amargura.
Por eso empezamos una
y otra vez, para no morir, para no estar o sentirnos derrotados, pero sobre
todo, para demostrarnos a nosotros mismos que podemos; y que siempre hay algo
por lo que vale la pena vivir, aunque a veces ni cuenta nos demos de eso.
Aprender a dar la bienvenida a
los cambios
En lugar de aferrarnos al pasado, a lo que ya no
existe, deberíamos aprender a dar la bienvenida a los cambios: aprender a
renunciar a un estilo de vida, una relación, una amistad, una idea, un
comportamiento; pues “sólo una copa vacía puede ser llenada de nuevo”. Todo eso
que perdemos da lugar a un nuevo, prepara el camino a lo que vendrá, que
generalmente, suele ser mucho mejor y más apropiado para nuestro presente.
Sí alguien se va de tu vida, despídelo y dale las gracias por todo lo que aportó
a ella y luego, déjalo ir. En lugar de sufrir por lo que se va, prepárate para
lo que viene. Muchas veces el dolor no nos permite agradecer a esas personas o
situaciones que hoy dejan de estar presentes, acostúmbrate a dar las gracias
(es una buena forma de liberarte), porque te están dejando el asiento libre
para algo o alguien mejor, con ello abrimos las puertas a otras posibilidades,
otras oportunidades, a otros más variados destinos.
No hay que temer a las “pérdidas”, pues son
rehabilitaciones vitales para que podamos reorganizar nuestra vida. Nada es
para siempre, ni siquiera nosotros mismos. Renacer es hermoso, trae consigo
salvia nueva con la que aderezar nuestras vivencias.
Dejemos de sufrir de más por todos los “no” que recibamos, por todos los
desplantes, los desprecios y todos los “despidos existenciales”, pues para
evolucionar y resurgir con más fuerza, primero hay que descender a las
obscuridades de uno mismo y rescatar de lo más profundo la luz más brillante,
una nueva luz que nos sirva de guía para ver con discernimiento, todo lo que
nos suceda desde ese instante en adelante.
En cierta manera, debes conducir tu destino y no que
él se empeñe en conducirte a ti. ¿Eso implica ir contra corriente? Puede ser,
pero sin desafíos no hay cambios y sin cambios no hay recompensas… Y sin
recompensas no hay felicidad.
Tan abajo se puede caer, como tan arriba se puede
subir. El dolor mañana pasará, y sólo queda el placer de la redención. Trabaja
siempre por todo eso que quieres, sin prisa pero sin pausa, y algún día, verás
que en las ruinas de tu aparente decadencia, se esconde la nueva carne que
ahora te hará disfrutar por el sufrimiento que te cobró ayer.
© Yngrid
Caracas, Marzo 5 de 2016
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