Cuando tenemos una fuerte conexión con alguien y de repente esa persona desaparece de nuestra vida de manera abrupta, duele mucho, genera impotencia y nos hace sentir confusión por no recibir una explicación o el cierre que nosotros sí le hubiéramos dado a esa persona.
Es común caer en el error de pensar que nosotros somos el problema. Nuestra autoestima se ve amenazada y aniquilada. Hacemos mil suposiciones, nos culpamos, revivimos escenarios imaginarios o pensamos que si hubiéramos hecho “esto” o “aquello” diferente, no se hubiera ido.
No le exijamos respuestas, no continuemos enviándole mensajes de texto con la esperanza de que cambie de opinión sobre nosotros. Ya ha dejado claro lo que siente, su silencio significa que no está interesado en nosotros. Significa que no te está tratando como una prioridad. Es hora de que cierres ese ciclo.
Incluso si regresa un día en el futuro, cargado de disculpas, vuelve a nosotros, volvamos a nuestro centro antes de recibirlo con brazos abiertos. Recordemos la facilidad con la que se alejó. Recordemos cómo no pudo valorarnos a pesar de que nosotros le tratamos con todo nuestro amor.
No siempre recibimos lo que damos, pero damos lo que somos y eso es lo importante. No dejemos que el comportamiento del otro nos convierta en alguien que no somos. Si somos amor, damos amor. Y no cambiemos nuestra esencia porque alguien no supo ver nuestro valor.
Tal vez sintamos que invertimos mucho tiempo en algo que no dio frutos. Pausa. Respiremos. Elevamos nuestra perspectiva.
A veces la vida nos envía personas que rompen nuestro corazón en mil pedazos para que saquemos toda nuestra fuerza interna y nos conozcamos.
Hay personas que llegan a nuestra vida para mostrarnos cómo nunca más queremos ser tratados, y desde ahí reconstruirnos y reescribir nuestra historia...
Caracas, Octubre 31 de 2021