Y recordé quien era antes de ti, y sin remordimientos te dije adiós...
Debo reconocer que sentía miedo de dejarte, que me afectaba la idea de no saber si estaba en lo correcto, justifique mil veces tus acciones, tus palabras, tu falta de interés, tu necesidad de cambiarme, tu risa burlona que me avergonzaba, tus prioridades en las cuales no aparecía yo por ninguna parte.
Y, aun así, siendo sincera conmigo misma, no encontraba mucho sentido a mi vida sin ti, todo el tiempo transcurrido, las promesas, los proyectos. Creo que prefería el vacío a tu lado que el vacío sin ti. Pero un día, cansada de tu actitud, decidí reencontrarme conmigo misma y conectarme con aquello que en algún momento, cuando no estabas en mi vida, fui. Y me vi segura de mi misma, audaz, espontánea. Recordé que reía sin muchos motivos, pero de corazón, vi como enfrentaba la vida con valentía, con disposición, con confianza en mí misma. Y decidí rescatar a esa persona que solía ser y que contigo se había anulado.
Algunas veces podemos relacionarnos con personas que intentan anularnos, que nos van apagando un poquito cada día, a tal punto que no podemos reconocernos. En ese proceso podemos ir recibiendo indicaciones casi subliminales de que es lo debemos hacer, según la otra persona, y si no sabemos mantener firme nuestro ser, podemos caer en el juego de la anulación y llegar a ser irreconocibles incluso ante nuestros propios ojos.
Intentar anular a alguien es algo como robarle su esencia, es querer porque sí que se adapte a lo que se quiere, sin importar lo que hay debajo, y manejar con control remoto lo que tiene que decir o hacer. Nadie se debe imponer a sobre otro, y menos quebrantando su autoestima y debilitando su amor propio.
Nadie debe romper la esencia de otro para adaptarlo a lo que quiere. El amor debe implicar la libertad de ser quienes somos, dentro de los límites del respeto, pero preservando de manera fundamental el contenido de quien se ama…
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